Somos tierra, semilla, rebeldía

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Mujeres, tierra y territorio en América Latina
Claudia Korol

Somos tierra, semilla, rebeldía es una coedición de GRAIN,
Acción por la Biodiversidad y América Libre.
Investigación realizada con el apoyo de la
Fundación Intermon-Oxfam.

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Descripción

El acceso a la tierra es uno de los problemas más graves que enfrentan las mujeres rurales en América Latina y en el mundo, y está en la base de muchos otros problemas “invisibles” para la sociedad. Este trabajo intenta analizar esta situación, como uno de los fundamentos materiales y culturales del sistema patriarcal, capitalista y colonial de dominación. Intenta también establecer sus implicancias para millones de mujeres en nuestro continente.
Actualmente se calcula que existen en el mundo 1.600 millones de mujeres campesinas (más de la cuarta parte de la población), pero sólo el 2% de la tierra es propiedad de ellas y reciben únicamente el 1% de todo el crédito para la agricultura.1 En América Latina y El Caribe, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la población rural asciende a 121 millones de personas, lo que corresponde al 20% del total de la población. De este total, el 48% son mujeres (58 millones), que trabajan hasta 12 horas diarias a cargo de la huerta, de los animales, recolectando y cocinando alimentos, criando a niñxs, cuidando a personas mayores y a enfermxs, entre otras muchas tareas.
De los 37 millones de mujeres rurales mayores de 15 años, 17 millones son consideradas parte de la Población Económicamente Activa (PEA), y más de 4 millones son consideradas “productoras agropecuarias”.2 Se calcula que 9 millones de estas mujeres son indígenas, hablan su propia lengua, y están sujetas – en la mayoría de los casos – a una doble o a veces triple discriminación, por el hecho de ser mujeres, pobres e indígenas.3
A pesar del exceso de trabajo (tanto en carga horaria como en las tareas que se asumen), y de su participación directa en determinadas tareas de la agricultura, y de modo mayoritario en la agricultura de subsistencia, la mayoría de las mujeres rurales no son propietarias de la tierra, y su actividad no es considerada “productiva”. Según datos de la FAO, sólo el 30% de mujeres rurales poseen tierras agrícolas, y no tienen acceso a los medios de producción.

• ¿Qué significa en la vida cotidiana de las mujeres tener o no acceso a la tierra?
• ¿Qué significa para la sociedad que las mujeres tengan o no acceso a la tierra?
• ¿Qué consecuencias tiene que no puedan acceder a los medios de producción?
En un comunicado de agosto del 2015, la FAO señala que mientras las mujeres del campo son responsables de más de la mitad de la producción de alimentos a nivel mundial, las de la región de Latinoamérica y el Caribe continúan viviendo en una situación de desigualdad social y política. Según el comunicado, sólo el 18% de las “explotaciones agrícolas” regionales son manejadas por mujeres.4 Además, las mujeres reciben el 10% de los créditos y el 5% de la asistencia técnica para el sector.5

• ¿Cómo se trabaja la tierra si no hay créditos ni asistencia técnica?
• ¿Cómo se compite en el mercado al no acceder a estos recursos?

• ¿Es necesario competir en el mercado? ¿Existen otras formas de distribución y de intercambio?
• ¿Alcanza con tener la propiedad de la tierra?
• ¿Qué diferentes modalidades existen para el trabajo en el campo, sin acceder a la propiedad de la tierra?
• ¿Qué diferentes modalidades de acceso a la tierra hay?
• ¿Qué distintas formas de propiedad?
Sabemos que si no se accede a la propiedad de la tierra, en el contexto del capitalismo patriarcal, es muy difícil obtener los beneficios de las políticas públicas y privadas de “apoyo al desarrollo”.6 Sabemos también que para acceder a estos “beneficios” hay que aceptar las lógicas impuestas por el modelo de “mal desarrollo” que busca expandir el agronegocio y sus herramientas de control: transgénicos, agroquímicos, monocultivos, etc. Aceptar el modelo significa perder autonomía, suicidar a la agricultura campesina y a los ejercicios posibles de soberanía alimentaria. Rechazarlo puede significar en muchos casos, no acceder a oportunidades de producción y de consumo, que son parte de las necesidades, de los imaginarios de necesidades de las comunidades. ¿No es éste un círculo cerrado que fortalece las lógicas capitalistas y patriarcales de usufructo de la renta de la tierra por parte de las transnacionales y de las oligarquías locales, y al mismo tiempo fortalece los aspectos fundantes de la división sexual del trabajo?